lunes, 10 de septiembre de 2012

“No tengan miedo, Dios viene ya para salvarnos”

Lunes, 10 de Septiembre de 2012 10:50
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“No tengan miedo, Dios viene ya para salvarnos”

Homilía del Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

Con estas palabras el profeta Isaías anima al pueblo a tener ánimo y  asumir su propia vocación de pueblo elegido. Y enseguida, con algunas figuras de la naturaleza o del ser humano, da a entender que este Dios viene para promover la vida, para promover la salud.


Esta profecía de Isaías se ve cumplida en Jesucristo. Este domingo la Palabra de Dios nos presenta a Jesús que le devuelve los oídos, la escucha a un sordo y lo hace hablar bien a quien era tartamudo.

Nosotros nos podemos quedar en una interpretación superficial del Evangelio, pensando que simplemente la acción de Jesucristo es una acción de ayuda caritativa a quien tenía problemas para hablar y quien no escuchaba. Es importante para poder profundizar este texto, recordar que en tiempo de Jesús, la enfermedad, los daños físicos de la persona, eran interpretados de dos maneras: o por castigo, es decir, que en ellos e veía que Dios castigaba  a quien se había portado mal, sea a la misma persona o a sus padres. En la ocasión  de la curación del ciego de nacimiento, así le preguntan los discípulos a Jesús, ¿quién pecó, él o sus padres?; la segunda interpretación es que estaba endemoniada la persona, que era poseída por el espíritu del mal, y de esa forma se explicaba que tuviera ese mal. Se identifica entonces el mal espiritual con el mal físico.

Jesús es nuestro Salvador



Teniendo en cuenta estas dos interpretaciones de la época de Jesús, podemos entender que este milagro no es simplemente un milagro en sí, sino que Jesús lo realiza no solamente por compasión a esta persona, sino lo realiza para manifestar su misión en el mundo. Él ha venido para liberarnos del mal; Él ha venido para darnos no solamente la libertad de espíritu, sino la libertad integral del ser humano; Él ha venido para vencer al demonio y a todos los que con él promueven el mal, la agresión, la violencia, la injusticia, la corrupción.

Todos estos fenómenos, todas estas características del mal, son vencidas en Jesucristo, a eso  vino al mundo, esta lucha está ganada porque Cristo venció incluso a la  muerte, resucitando. Jesucristo, nos deja entonces este dinamismo para vencer al mal.

Recuerden ustedes la última súplica que incluye Jesús en la enseñanza del Padre nuestro: “Líbranos del mal”. Jesucristo ha realizado en su persona, ha mostrado, que no solamente era un curandero, un hombre que hacía milagros; era el Hijo de Dios, la presencia de Dios Todopoderoso, que venía a liberarnos de la esclavitud del mal.


Pero esta lucha, aunque está vencida de antemano en Jesucristo, tiene que actualizarse en cada generación humana. No es algo que se nos da como ya regalado, sin que nosotros no movamos un dedo. Nuestra vocación, la razón de nuestra vida, es unirnos a este dinamismo generado por Jesucristo, bajo la acción del Espíritu Santo y, unirnos en esta lucha del mal. Eso es lo que define por esencia la vocación de los discípulos de Cristo; nuestra presencia en este mundo es para actuar en nombre de Cristo, buscando el bien y la verdad, buscando la justicia y la paz; buscando que emerja con claridad la dignidad humana.


El proyecto de Dios al crearnos, es que seamos imagen  y semejanza suya. De allí, la relación con la segunda lectura que hemos escuchado hoy, donde el Apóstol Santiago recuerda que debemos de tratarnos todos con la misma dignidad, debemos de respetarnos reconociendo que en cada uno de  nosotros hay una presencia divina. Detrás de ese rostro y de cada uno de los cuerpos que representan nuestro ser, hay una presencia del Espíritu de Dios, y por eso es que debemos establecer relaciones de fraternidad, relaciones humanas que construyan la fraternidad.


Esta es nuestra vocación, por eso estas hermosas lecturas de este domingo, nos animan con esas palabras: “No tengan miedo”, es verdad que estamos todavía en el trigo y la cizaña, es verdad que el mal explota y se presenta terriblemente agrediendo, violentando, matando; pero no es la victoria del mal la que prevalecerá. Para que se adelante  la victoria del bien, Cristo necesita nuestra colaboración, nuestra responsabilidad, nuestra conciencia de que estamos ya en este dinamismo victorioso de la resurrección de Cristo, de la vida y, de la vida del Espíritu.


Pidámosle pues a Dios que nos dé esta conciencia para que intimemos con Él, para que fortalezcamos nuestro interior, para que a pesar de lo que suceda, de lo más terrible o trágico o catastrófico que podamos contemplar, nuestra visión siempre vaya más allá de lo que sucede, porque nuestra vocación es peregrinar a la casa del Padre, donde se consolidará esta victoria final sobre el mal.

Pidámosle a Dios que cada uno de nosotros correspondamos, con nuestra vocación y misión como discípulos de Cristo.

Que así sea.

+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla

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