miércoles, 5 de septiembre de 2012

¿Existe en verdad el infierno? ¿Qué dice la iglesia?

EL INFIERNO

Dios es amor y la Voluntad de Dios es que todos los hombres lleguen a disfrutar de la Visión Beatífica (cf. 2 Pe 3,9) Dios no predestina a nadie al Infierno. Para que alguien se condene es necesario que tenga una aversión voluntaria a Dios, un enfrentamiento o una rebeldía contra Él y, además, que persista en esa actitud hasta el momento de la muerte (cfr. CIC. #1037).

Los cristianos no debemos basar nuestra buena conducta en miedo del infierno sino en amor a Dios. Pero al mismo tiempo es saludable recordar que hay un justo castigo. En momentos de ceguera y debilidad, cuando la tempestad de la tentación es recia, pensar en el infierno es saludable y provechoso en caso que nuestro amor esté debilitado.

Los que niegan el infierno no conocen la Palabra de Dios y están separados de la Iglesia. Se dejan llevar por un mundo que se burla u opta por ignorar las realidades más importantes. Pero les ocurrirá como a los compatriotas de Noé que se reían mientras el construía el arca para sobrevivir el diluvio. Todos los que se burlan también morirán y no podrán escapar la realidad.
El infierno es un lugar y estado de eterna desdicha en que se hallan las almas de los réprobos y pecadores sin arrepentimiento.

La existencia del infierno fue impugnada por diversas sectas. También la negaron todos aquellos que no creen en la inmortalidad del alma (materialismo). Actualmente por ignorancia o por conveniencia sobre este tema muchos niegan su existencia. Si del Cielo se habla poco, del Infierno se habla aún menos. Y al respecto hay errores muy difundidos: unos creen que el Infierno no existe. Otros creen que sí existe, pero que allí no va nadie, aduciendo que Dios es infinitamente bueno, pero olvidándose de que también es infinitamente justo y de que el mismo Jesucristo nos habló en varias ocasiones sobre la posibilidad que tenemos de condenarnos.

El infierno no ocurre por la ausencia de Dios sino porque el hombre se autoexcluye definitivamente de la comunión con Dios. Dios sostiene en vida a todos los condenados. Sin Dios nada puede existir.

       I.            ¿Qué es el infierno?

Catecismo de la Iglesia católica: «Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno» (n. 1033).
El infierno de los condenados, o gehena, o abismo, que es aquella cárcel horrible donde son atormentadas las almas de los que murieron en pecado mortal, juntamente con los espíritus infernales.
En el centro de la tierra esta esa cárcel destinada al castigo de los rebeldes contra Dios. Que es pues el infierno, es un lugar de tormentos como le llamo el rico epulón, lugar de tormentos donde todos los sentidos y potencias del condenado han de tener su propio castigo y donde aquel sentido que más hubiere servido de medio para ofender a Dios será más gravemente atormentado.
En la Sagradas Escrituras, esta realidad del Infierno es mencionada más de 150 veces; de las cuales más de 73 en el Nuevo Testamento directamente por Nuestro Señor, y siendo Dios quien nos habla, bastaba una sola vez que lo hubiera dicho, para tener que creerle.
En el Antiguo Testamento, (Sept. hades; Vul. infernus) sheol es usado bastante en general para designar el reino de los muertos, del bueno como también del malo (Num., 16,30); significa infierno en su sentido estricto, hades (Vulg. Infernus) en el Nuevo Testamento siempre designa el infierno de los condenados.
En el Nuevo Testamento, el término Gehenna es usado más comúnmente como hades,  nombre dado al lugar de castigo de los condenados. Gehenna es en Hebreo gê-hinnom (cf. Neh 11, 30), o la forma más extensa de gê-ben-hinnom (cf. Jos 15, 8), y gê-benê-hinnom (cf. Re 23, 10) “valle de los hijos de Hinnom”, Hinnom parece ser el nombre de la persona no conocida de otro modo. El Valle de Hinnom está al Sur de Jerusalem y hoy es llamado Wadi er-rababi, fue notoria la escena de tiempos anteriores, de horrible adoración a Moloch. Por este motivo, fue profanado por Josías (cf. Re 23,10) maldito por Jeremías (cf. Jer 7, 31-33) y mantenido como abominación por los judíos, quienes, consecuentemente, utilizaron el nombre de éste valle para designar el sufrimiento de los condenados (cf. Gen 3, 24).
Jesús habla con frecuencia de la "gehenna" y del "fuego que nunca se apaga" (cf. Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc 9,43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida rehusan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que "enviará a sus ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad..., y los arrojarán al horno ardiendo" (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:" ¡Alejaos de Mí malditos al fuego eterno!" (Mt 25, 41)1

Además de Gehenna y Hades, encontramos en el Nuevo Testamento muchos otros nombres para el sufrimiento de los condenados:
·         El “infierno menor” (Vulg. Tartarus) (2 Pe 2,4).
·         “Abismo” (Lc 8, 31-ss).
·         “Lugar de los tormentos” (Lc 16, 28).
·         “Alberca de fuego” (Ap 19, 20-ss).
·         “Estufa de fuego” (Mt 13, 42, 50).
·         “Fuego inextinguible” (Mt 3, 12).
·         “Fuego eterno” (Mt 18, 8; 25, 41).
·         “Oscuridad exterrior” (Mateo 7,12; 22, 13; 25,30).
·         “Niebla” o “tormenta de oscuridad” (2Pe 2, 17).
·         El estado de los condenados en llamado “destrucción” (apoleia, Fil 3, 19).
·         “Perdición” (olethros, I Tim., 6, 9).
·         “Destrucción eterna” (olethros aionios, 2 Tes 1, 9).
·         “Corrupción” (phthora, Gal 6, 8). 
·         “Muerte” (Rom 6, 21).
·         “Segunda muerte” (Ap 2, 11).

       II.            Existencia del Infierno, realidad del infierno
La existencia del infierno es un dogma de la Iglesia definido en el IV Concilio de Latráo (1.215) y explicado en muchos documento del Magisterio.
El Antiguo Testamento no habla con claridad sobre el castigo de los impíos, sino en sus libros más recientes.
·         los impíos resucitarán para «eterna vergüenza y oprobio» (Dan 12, 2).
·         El Señor, el Omnipotente, tomará venganza de los enemigos de Israel y los afligirá en el día del juicio: «El Señor omnipotente los castigará en el día del juicio, dando al fuego y a los gusanos sus carnes, para que se abrasen y lo sientan para siempre»; (cf. Judith 16, 20s; cf. Is 66, 24.)
·         los impíos «serán entre los muertos en el oprobio sempiterno», «serán sumergidos en el dolor y perecerá su memoria» (Sab 4, 19; 3, 10; 6, 5 ss).
Cristo habla claramente de la existencia real del infierno.
·         “Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano "imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le llame "renegado", será reo de la gehenna de fuego.”

·         Mt 5, 29  “Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno.”

·         Mt 10,28 “Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en infierno.” 

·         Mt 23, 33  “¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo vais a escapar a la condenación del infierno?”
Jesús anuncia en términos graves que "enviará a sus ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad..., y los arrojarán al horno ardiendo" (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:" ¡Alejaos de mí, malditos al fuego eterno!" (Mt 25, 41).

“Y la lengua es fuego, es un mundo de iniquidad; la lengua, que es uno de nuestros miembros, contamina todo el cuerpo y, encendida por la gehenna, prende fuego a la rueda de la vida desde sus comienzos.” (St 3,6)
“Ruina eterna, alejados de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2 Ts. 1, 9)
San Pablo da el siguiente testimonio: «Esos los que no conocen a Dios ni obedecen el Evangelio serán castigados a eterna ruina, lejos de la faz del Señor y de la gloria de su poder» (2 Tes 1, 9; cf. Rom 2, 6-9; Heb 10, 26-31). Según Ap 21, 8, los impíos «tendrán su parte en el estanque que arde con fuego y azufre»; allí serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos» (20, 10; cf. 2 Pe 2, 6; 7).
La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, "el fuego eterno" (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; SPF 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.

Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran" (Mt 7, 13-14)
Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con él en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde `habrá llanto y rechinar de dientes' (LG 48).

Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf. DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión" (2 P 3, 9): Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos (MR Canon Romano 88)1.

Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra Infierno. Catecismo Romano de Trento

La Hna. Lucía de Jesús y del Corazón Inmaculado de María, cuenta en sus “Memorias de la Hermana Lucía” la visión del infierno aquel 13 de julio de 1917:
 Nuestra Señora nos mostró un gran mar de fuego que parecía estar debajo de la tierra. Sumergidos en ese fuego, los demonios y las almas, como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana que fluctuaban en el incendio, llevadas por las llamas que de ellas mismas salían, juntamente con nubes de humo que caían hacia todos los lados, parecidas al caer de las pavesas, en los grandes incendios, sin equilibrio ni peso, entre gritos de dolor y gemidos de desesperación que horrorizaba y hacía estremecer de pavor. Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes y negros. Habéis visto el infierno adonde van las almas de los pobres pecadores2.

El credo de San Atanasio (Quicumque versión latina) confiesa: «Y los que (obraron) mal irán al fuego eterno»; Dz 40.
El Papa Benedicto XII declaró en su constitución dogmática Benedictus Deus: «Según la común ordenación de Dios, las almas de los que mueren en pecado mortal, inmediatamente después de la muerte, bajan al infierno, donde son atormentadas con suplicios infernales»; Dz 531; cf. Dz 429, 464, 693, 835, 840

El Papa Benedicto XVI en su carta Encíclica Spe Salvi: « Sin Dios » y, por consiguiente, se hallaban en un mundo oscuro, ante un futuro sombrío. « In nihil ab nihilo » (en la nada, de la nada)5.

La llamada del Santo Padre Benedicto XVI "resucita" el infierno, con mayúsculas. “El infierno, del que se habla poco en este tiempo, existe y es eterno”, ha dicho el Pontífice romano. “Nuestro verdadero enemigo es unirse al pecado que puede llevarnos a la quiebra de nuestra existencia”

El Beato Juan Pablo II "El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y alegría", "El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y alegría".
No se trata de un castigo de Dios, en sentido teológico, el infierno es algo muy diferente: esta realidad es la última consecuencia del pecado mismo, que se vuelve contra quien lo ha cometido. Es la situación en que se sitúa definitivamente quien rechaza la misericordia del Padre incluso en el último instante de su vida.
La 'condenación' consiste precisamente en que el hombre se aleja definitivamente de Dios, por elección libre y confirmada con la muerte, que sella para siempre esa opción. La sentencia de Dios ratifica ese estado (cfr. JP II, 28-julio-99).
La pena de daño, que constituye propiamente la esencia del castigo del infierno, consiste en verse privado de la visión beatífica de Dios; cf. Mt 25, 41 : «¡Apartaos de mí, malditos!»; Mt 25, 12: «No os conozco»; 1 Cor 6, 9: «¿ No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios?»; Lc 13, 27; 14, 24; Ap 22, 15; (San Agustín, Enchir, 112).
La pena de sentido consiste en los tormentos causados externamente por medios sensibles (es llamada también pena positiva del infierno). La Sagrada Escritura habla con frecuencia del fuego del infierno, al que son arrojados los condenados; designa al infierno como un lugar donde reinan los alaridos y el crujir de dientes... imagen del dolor y la desesperación.
¿Existe fuego? Sí, existe el fuego del remordimiento. Fuego material no, pues los demonios ni están en ningún lugar, ni les puede dañar ya ningún castigo corporal.
Ese remordimiento que ya nada puede apagar, que arde en el interior de cada espíritu condenado, que atormenta espiritualmente a los espíritus es el fuego que no se apaga (Mc 9,48), el fuego eterno (Mt 25, 41), el horno de fuego (Mt 13, 42), el fuego ardiente (Heb 10, 27), el lago de fuego y azufre (Apoc 19, 20), la Gehena de fuego (Mt 5, 22), la llama que atormenta (Lc 16, 25).
El gusano que nunca muere del que se habla en Marcos 9, 48 es igualmente el gusano del remordimiento que horada la conciencia una y otra vez durante la eternidad. Las tinieblas exteriores (Mt 8, 12) son las tinieblas y oscuridad del alejamiento de Dios18.

La acción del fuego físico sobre seres puramente espirituales la explica Santo Tomás -siguiendo el ejemplo de San Agustín y San Gregorio Magno - como sujeción de los espíritus al fuego material, que es instrumento de la justicia divina. Los espíritus quedan sujetos de esta manera a la materia, no disponiendo de libre movimiento; Suppl. 70, 3.

Las penas del infierno no son otras que el odio, la tristeza, la ira, la soledad, la melancolía, el remordimiento y el sufrimiento que produce la propia deformación del espíritu, es decir la deformación de todos los pecados que contiene cada ángel caído.

Si uno analiza los términos que usa la Biblia al hablar de la condenación, usa términos de alejamiento, de apartamiento, del fuego del remordimiento, pero nunca usa términos de tortura que sea aplicada por parte del Juez. Al hablar de la condenación, la Biblia nunca presenta a Dios como el torturador. Usa términos impersonales como fuego, tinieblas o lago de azufre. La condenación por tanto es el alejamiento de Dios y es la tortura que cada espíritu se aplica a sí mismo por la propia deformación del espíritu. Dios no ha creado los sufrimientos infernales, el infierno es fruto de la deformación de cada espíritu18.

San Alfonso María de Ligorio. En su libro “Preparación para la muerte” nos narra: Dos males comete el pecador cuando peca, deja a Dios sumo bien, y se entrega a las criaturas,” porque dos males hizo mi pueblo, me dejaron a mí que soy fuente de agua viva y cavaron para sí aljibes rotos que no pueden contener las aguas” nos dice el Señor por boca del profeta Jeremías.
Y por qué el pecador se dio a las criaturas con ofensa de Dios, justamente será atormentado en el infierno por esas mismas criaturas el fuego y los demonios. Esta es la pena del sentido.
Mas como su culpa mayor en la cual consiste la maldad del pecado, es el apartarse de Dios. La pena más grande que hay en el infierno, es la pena de daño. El carecer de la vista de Dios y haberle perdido para siempre.
Consideremos primeramente la pena de sentido, es de fe, que hay infierno, en el centro de la tierra esta esa cárcel destinada al castigo de los rebeldes contra Dios. Que es pues el infierno, es un lugar de tormentos como le llamo el rico epulón, lugar de tormentos donde todos los sentidos y potencias del condenado han de tener su propio castigo y donde aquel sentido que más hubiere servido de medio para ofender a Dios será más gravemente atormentado.
La vista padecerá el tormento de las tinieblas. Digno de profunda compasión seria el hombre infeliz, que pasara cuarenta o cincuenta años de su vida encerrado en un estrecho y tenebroso calabozo. Pues el infierno es cárcel por completo cerrada y oscura donde no penetrara nunca ni un rayo de sol ni de luz alguna.
El fuego que en la tierra alumbra no será luminoso en el infierno, dice el salmo 28, voz del Señor que corta llama de fuego, es decir como lo explica San Basilio que El Señor separara del fuego la luz, de modo que esas maravillosas llamas, abrazaran sin alumbrar, o como dice San Alberto magno, apartara del calor el resplandor y el humo que despedirá esa hoguera formara una nube tenebrosa que como dice San Judas, en su carta primera capítulo 3, segara los ojos de los réprobos, no habrá más que la precisa para acrecentar el tormento, tan solo un pálido fulgor que deje ver la fealdad de los condenados y de los demonios y el horrendo aspecto que estos tomaran para causarnos mayores espantos.
También el olfato padecerá su propio tormento sería insoportable que estuviésemos encerrados en estrecha habitación con un cadáver fétido, pues el condenado ha de estar siempre entre millones de réprobos vivos para la pena, pero hediondos por la pestilencias que arrojaran de si, según el profeta Isaías 34-3.


Dice San Buenaventura, que si el cuerpo de un condenado saliera del infierno bastaría para que el solo por su hedor muriesen todos los hombres del mundo. Y aun dice algún insensato, si voy al infierno no iré solo.
Infeliz, cuantos más réprobos allá allí, mayores serán tus padecimientos. Dice Santo Tomas, allí la compañía de otros desdichados no alivia sino que acrecienta la común desventura. Muchos más penaran sin duda por la fetidez asquerosa, por los lamentos de aquella desesperada muchedumbre y por estrechez en que se hallaran amontonados y oprimidos como ovejas en tiempos de invierno, como uvas prensadas en el lagar de la ira de Dios.
Padecerán así mismo el tormento de la inmovilidad, tal y como caiga el condenado al infierno así ha de permanecer inmóvil. Sin que le sea cambiar de sitio ni mover manos ni pies mientras Dios sea Dios.
Sera atormentado el oído con los continuos lamentos y voces de aquellos pobres desesperados y por los horrorosos estruendos que los demonios harán. Huelle con nosotros el sueño cuando oímos cerca gemidos de enfermos llantos de niños ladrido de algún perro. Infelices réprobos que han de oír forzosamente por toda la eternidad los pavorosos gritos de todos los condenados.
La gula será castigada con un hambre devoradora, más no habrá allí ni un pedazo de pan, padecerá el condenado abrasadora sed que no se apagaría ni con toda el agua del mar.
Pero no se le dará ni una sola gota, nada más que una gota pedía el rico avariento, y no la tuvo ni la obtendrá jamás.  La pena de sentido que más atormenta al condenado es el fuego del infierno, tormento del tacto como se lee en Eclesiástico 7-19 El Señor le mencionara especialmente en el día del juicio, “apartaos de mi malditos, al fuego eterno” Evangelio según San Mateo 25-41.

Aun en este mundo el suplicio del fuego es el más tremendo de todos, más hay tal diferencia entre las llamas del infierno con las de este mundo, que como dice San Agustín, en comparación con las nuestras son como pintadas o como si fuesen de hielo, según como dice San Vicente Ferrer. Y la razón de esto consiste en que el fuego terrenal fue creado para utilidad nuestra, pero el del infierno, solo para castigo fue creado. Por eso dice Tertuliano, muy diferente es el fuego que se utiliza para servicio del hombre y el que sirve para la justicia de Dios, la indignación de Dios que encienden esa sed de venganza. Y por esto llama Isaías, espíritu de ardor al fuego del infierno, el condenado estará dentro de las llamas rodeado de ellas por todas partes como leño en el horno, tendrá abismos de fuego bajo las plantas, inmensas masas de fuego sobre su cabeza y alrededor de si, cuanto vea toque o respire, fuego a de respirar, tocar o ver. Sumergido estará en el fuego como el pez en el agua y esas llamas no se hallaran alrededor del réprobo sino que penetraran dentro de él, en sus mismas entrañas para atormentarle, el cuerpo será pura llama, ardera el corazón en su pecho, las vísceras en el vientre, el cerebro en su cabeza, en las venas la sangre, la medula en los huesos, todo condenado se convertirá en un horno ardiente, como dice el salmo 20-10.
Hay personas que no aguantan ser quemadas por el suelo calentado por los rayos del solo, o tampoco aguantan estar bajo un brasero encendido en un aposento cerrado, ni pueden recibir una chispa que les salte del alumbre, y luego no temen aquel fuego que devora. Así como una fiera devora a un tierno corderito así las llamas del infierno devoran a un condenado, le devoraran sin consumirle, sin darle muerte, sigue pues insensato, dice San Pedro Damián, hablando del voluptuoso, sigue satisfaciendo a  tu carne, que un día llegara en que tus deshonestidades se convertirán en ardiente pez dentro de tus entrañas, y harán más intensa y abrasadora la llama infernal en la cual has de arder.
Y añade San Gerónimo, que aquel fuego se llevara consigo todos los dolores, males que en la tierra nos atribuían, hasta el tormento del hielo se padecerá allí, y todo aquello con gran intensidad que como dice San Crisóstomo, los padecimientos de este mundo, son pálida sombra en comparación de las del infierno. Las potencias del alma recibirán también su adecuado castigo, tormento de la memoria será el vivo recuerdo que en vida tuvo el condenado para salvarse y lo gasto en condenarse, y de las gracias que Dios le dio y fueron por el menospreciadas.
El entendimiento padecerá también, considerando el gran bien que ha perdido, considerando a  Dios y al cielo, y ponderando que esa pérdida ya es irremediable. La voluntad vera que se le niega todo lo que desea, el desventurado réprobo no tendrá nunca nada de lo que quiere y siempre ha de tener lo que más aborrezca, es decir males sin fin.
Querrá librarse de los tormentos y disfrutar de paz, pero siempre será atormentado, jamás hallara un momento de reposo. Pero todas las penas referidas, nada son si se compara con las peñas del daño, las tinieblas, el hedor, las llamas, no constituyen la esencia del dolor del infierno. El verdadero infierno es la pena por la pena de haber perdido a Dios para siempre, decía San Bruno, multiplíquense los tormentos con tal que no se nos prive de la presencia de Dios y San Juan Crisóstomo decía, si dijereis mil infiernos de fuego nada dirás comparable al dolor aquel de perder a Dios para siempre.
Y San Agustín añade, que si los réprobos gozasen de la vista de Dios, no sentirían tormento alguno y el mismo infierno se les convertiría en paraíso. Para comprender algo de esta pena consideremos que si alguno pierde por ejemplo, una piedra preciosa que valga cien escudos, tendrá un gran disgusto, pero si esa piedra valiese el doble sentiría la pérdida mucho más, y más todavía si valiera quinientos, en suma cuanto mayor es el valor de lo que se pierde, tanto más se acrecienta la pena que ocasiona el haberlo perdido. Y puesto que los réprobos pierden el bien infinito que es Dios, sienten como dice Santo Tomas, una pena en cierto modo infinita.
En este mundo solamente los justos temen esa pena, San Ignacio de Loyola decía, Señor todo lo sufriré, más no la pena de estar privado de vos. En cambio los pecadores no sienten temor alguno por tan grande perdida, porque se contentan con vivir largos años sin Dios hundidos en tinieblas.
Pero en la hora de la muerte conocer en gran bien que han perdido, el alma que sale de este mundo dice San Antonino, conoce que fue creada por Dios he irresistiblemente vuela, queriéndose abrazarse con el sumo bien, más si esta en pecado Dios la rechaza.
Si lebrel sujeto y amarrado ve cerca de si exquisita casa, se esfuerza con romper la cadena que lo detiene, y trata de lanzarse sobre su presa. El alma al separarse del cuerpo, se siente naturalmente atraída hacia Dios, pero el pecado la aparta y la arroja lejos de Él. Todo el infierno pues se resume en aquellas palabras de la sentencia, apartaos de mi maldito, apartaos dirá El Señor, no quiero que veáis mi rostro, ni aun imaginando mil infiernos podrá nadie concebir lo que es la pena de ser aborrecido de Cristo.
Cuando David impuso a Absalón el castigo de que jamás compadeciese ante él, Absalón sintió un dolor tan profundo que exclamo, decid a mi padre que me permita ver su rostro o me de la muerte. Felipe II viendo que en su corte estaba un hombre con gran irreverencia le dijo severamente, no volváis a presentaros ante mí, y tal fue la confusión y el dolor que sintió ese hombre que llegando a su casa murió. Que será cuando Dios despida al réprobo para siempre.
Esconderé de él mi rostro y hallaran todos los males y aflicciones, nos dice el Deuteronomio 31-17. Y Cristo dirá, no sois ya míos ni yo vuestro.
Aflige un dolor inmenso a un hijo o a una  esposa cuando saben que ya nunca volverán a ver a su padre o esposo que acaba de morir, pues si al oír los lamentos del alma de un réprobo, le preguntásemos cual es la causa de su dolor,  que sentiría ella cuando nos dijese, lloro porque he perdido a Dios y ya no le veré jamás.
Y si a lo sumo el desdichado pudiese amar a Dios en el infierno y conformarse con la divina voluntad, si eso pudiese hacer, el infierno ya no sería infierno. Ni podrá resignarse si podrá amar a Dios, vivirá odiándole eternamente y ese ha de ser su mayor tormento, conocer que Dios es el sumo bien, digno de infinito amor, y verse forzado de aborrecerle siempre.
Un demonio interrogado por Santa Catalina de Génova le respondía así, soy aquel malvado desposeído del amor de Dios, El réprobo odiara y maldecirá a Dios, y maldiciéndole maldecirá los beneficios que de Él recibió, la creación, la redención, los sacramentos, el bautismo, la comunión, y sobre todo el Santísimo Sacramento del altar, aborrecerá a todos los ángeles y santos, con odio implacable odiara  a su ángel custodio, a sus santos protectores y a la Santísima Virgen María.
Maldecidas serán por él, las tres Divinas personas, especialmente las del Hijo de Dios, que murió especialmente por salvarnos y las llagas, trabajos, sangre, pasión y muerte de Cristo Jesús.

      III.            Propiedades del infierno

A. Eternidad
Las penas del infierno duran toda la eternidad (dogma de fe).
El Concilio IV de Letrán (1215) declaró: «Aquellos [los réprobos] recibirán con el diablo suplicio eterno» Dz 429; cf. Dz 40, 835, 840.
La Sagrada Escritura pone a menudo de relieve la eterna duración de las penas del infierno, pues nos habla de «eterna vergüenza y confusión» (Dan 12, 2; cf. Sap. 4, 19), de «fuego eterno> (Judith 16, 21; Mt 18, 8; 25, 41;), de «suplicio eterno» (Mt 25, 46), de «ruina eterna» (2 Tes 1, 9). El epíteto «eterno» no puede entenderse en el sentido de una duración muy prolongada, pero a fin de cuentas limitada. Así lo prueban los lugares paralelos en que se habla de «fuego inextinguible» (Mt: 3, 12; Mc 9, 42) o de la «gehenna, donde el gusano no muere ni el fuego se extingue» (Mc 9,46 s), e igualmente lo evidencia la antítesis «suplicio eterno - vida eterna» en Mt 25, 46. Según Ap 14, 11 (19, 3), «el humo de su tormento [de los condenados] subirá por los siglos de los siglos», es decir, sin fin; (cf. Ap 20, 10).
La «restauración de todas las cosas», de la que se nos habla en Hechos 3, 21, no se refiere a la suerte de los condenados, sino a la renovación del mundo que tendrá lugar con la segunda venida de Cristo.
Los padres, antes de Orígenes, testimoniaron con unanimidad la eterna duración de las penas del infierno: cf. San Ignacio de Antioquía, Eph. 16, 2, San Justino, Apol. 1 28, 1 ; Martyrium Polycarpi 2, 3; 11, 2; San Ireneo, Adv. Haer. IV 28, 2; Tertuliano, De poenit. 12.
La negación de Orígenes tuvo su punto de partida en la doctrina platónica de que el fin de todo castigo es la enmienda del castigado. SAN AGUSTíN sale en defensa de la infinita duración de las penas del infierno, contra los origenistas y los «misericordiosos» que en atención a la misericordia divina enseñaban la restauración de los cristianos fallecidos en pecado mortal; cf. De civ. Dei xxi 23; Ad Orosium 6, 7; Enchir. 112.
La verdad revelada nos obliga a suponer que la voluntad de los condenados está obstinada inconmovíblemente en el mal y que por eso es incapaz de verdadera penitencia. Tal obstinación se explica por rehusar Dios, a los condenados, toda gracia para convertirse.
¿Por qué razón las penas del infierno son eternas?
Dice Santo Tomás: “La pena del pecado mortal es eterna, porque por él se peca contra Dios, que es infinito. Y como la pena no puede ser infinita en su intensidad, puesto que la criatura no es capaz de cualidad alguna infinita, se requiere que, por lo menos, sea de duración infinita” (45).]
B. Desigualdad
La cuantía de la pena de cada uno de los condenados es diversa según el diverso grado de su culpa (de sentido común).
Los concilios de Lyón y Florencia declararon que las almas de los condenados son afligidas con penas desiguales, Dz 464, 693. Probablemente esto no se refiere únicamente a la diferencia específica entre el castigo del solo pecado original y el castigo por pecados personales, sino que también quiere darnos a entender la diferencia gradual que hay entre los castigos que se dan por los distintos pecados personales.
Jesús amenaza a los habitantes de Corozaín y Betsaida asegurando, que por su impenitencia, han de tener un castigo mucho más severo que los habitantes de Tiro y Sidón; Mt 11, 22. Los escribas tendrán un juicio más severo; Lc 20, 47.
San Agustín nos enseña: «La desdicha será más soportable a unos condenados que a otros» (Enchir. III). La justicia exige que la magnitud del castigo corresponda a la gravedad de la culpa.
 
Podemos concluir que el infierno es un lugar a donde van las almas que voluntariamente rechazaron el amor de Dios y decidieron apartarse de Él por su libre voluntad, sin arrepentirse, por lo tanto sufren en primer lugar una separación definitiva y eterna de Dios, se encuentran en compañía de los demonios y las demás almas que rechazaron a Dios, no se llega al infierno por voluntad divina, más bien la sentencia de condenación eterna es la consecuencia de nuestros actos.

BIBLIOGRAFÍA
Libros
1.      Catecismo de la Iglesia Católica Primera parte: La profesión de la Fe, Segunda sección: La profesión de la fe Cristiana. Capítulo Tercero: Creo en el Espíritu Santo, artículo 12 “Creo en La vida eterna” IV El Infierno,  Asociación de Editores del Catecismo, 1992. no 1034, 103, 1036, 1037.

2.      P. Luis Kondor, SVD, Hna. Lucía de Jesús y del Corazón Inmaculado de María, P. Dr. Joaquín M. Alonso, CMF (†1981), Memorias de la Hermana Lucía Volumen I, tercera memoria, Imprimatur  Fatimæ, 13. 9. 2006 †Antonius, Episc. Leiriensis-Fatimensis, 10. ª Edición, septiembre 2008, PP. 121.

3.       Juan Pablo II en la Audiencia general del miércoles 28 de julio de 1999

4.      Benedicto XVI en el Encuentro con los párrocos y el clero de Roma del 11 al
13 de febrero de 2008.

5.      Carta Encíclica Spe Salvi Del Sumo Pontífice Benedicto XVI a los Obispos, a los Presbíteros y Diáconos,  a  las  personas consagradas y a todos los fieles Laicos sobre La Esperanza Cristiana.
 
6.      Ludwig Ott, Constantino Ruiz Garrido, Miguel Roca Cabanellas, Ludwig Ott - Manual de Teología Dogmatica, Barcelona Editorial Herder 1966, pp. 703-706
(La traducción de esta obra ha sido hecha por CONSTANTINO RUIZ GARRIDO y revisada por Mons MIGUEL ROCA CABANELLAS, doctor en Teología, sobre la 3 * edición de la obra original alemana Grundriss der katholtschen Dogmatik> de LUDWIG OTT)

7.      San Justino Apología En Defensa De Los Cristianos, Apol. II 9; Apol. I 8, 4; 21, 6; 28, 1; Martyrium Polycarpi 2, 3; 11, 2; San Ireneo, Adv. Haer. iv, 28, 2.

8.- M.Caterine Baxter.  Revelaciones divinas del infierno.

9.      Los Sueños De San Juan Bosco Sobre El Infierno

10.  Concilio Vaticano II. Constitución Dogmática Lumen Gentium sobre la Iglesia, 1964.

11.  Juan Pablo II, Catequesis, Homilías y Meditaciones varias, L’Ossevatore Romano.

12.  Léon-Dufour, X., Vocabulario de Teología Bíblica, Biblioteca Herder

13.  Royo Marin, Antonio, Teología de la Perfección Cristiana, Editorial B.A.C., 1994.

14.  Royo Marin, Antonio, Teología de la Salvación, Editorial B.A.C., 1965.

15.  San Roberto Belarmino, Las últimas cuatro cosas: muerte, juicio, cielo e infierno, Editorial Tan Books, 1996.

16.  Santa Teresa De Jesus, Obras Completas, Editorial Monte Carmelo, 1982

17.  Fortea J. Antonio, Summa daemoniaca tratado de demonología y manual de exorcistas, editorial el Área S.A de C.V, primera edición en Mexico 2007, tercera reimpresión, septiembre 2008, 137,170-175

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